Graciela Ramírez: "Gerardo me pidió que transmitiera su gratitud a todos los que están ayudando a multiplicar la verdad y luchan porque la justicia sea más temprano que tarde el regreso de los Cinco a la patria"
Foto de Gerardo Hernández
InSurGente.- Hace unos días, Graciela Ramírez Cruz, coordinadora del Comité Internacional por la Libertad de los Cinco, pudo visitar a uno de los cinco presos políticos cubanos en EEUU. "¿De qué me dieron deseos?, pues de tomarlo de la mano y salir corriendo con él de ahí. No es un ser para estar en ese horrible lugar", comentó al diario cubano Granma, Graciela, aún con la emoción de las jornadas vividas durante la reciente visita a Gerardo Hernández Nordelo, uno de los Cinco antiterroristas cubanos, encarcelados en Estados Unidos desde el 12 de septiembre de 1998. Por su interes reproducimos la entrevista con Graciela. Verán en ella dignidad e ideales revolucionarios; una bocanada de aire puro en este contexto gris que padecemos.
—¿Qué fue lo primero que le dijiste cuando lo tuviste frente a ti?
No pude decirle más que su nombre y darle el único abrazo que permiten cuando uno llega a la prisión.
Mi visita no había podido concretarse en una ocasión anterior y constituía algo esperado. A la vez tuve una tristeza enorme porque sentí que en ese lugar debía estar Adriana, esposa de Gerardo, a quien perversamente le han negado la posibilidad de verlo durante ocho años. Tristeza, porque un hombre como él no merece estar encarcelado no ya nueve años sino ni un segundo.
Gerardo me abrazó como a la hermana que no ha visto en mucho tiempo y que sabría que en algún momento iría hasta él.
"¡Al fin llegaron!", dijo con esa gracia cubanísima que lo caracteriza y que jamás podrán arrancarle.
—¿Podrías describir el lugar donde está Gerardo?
En sentido general las cárceles norteamericanas se caracterizan por su frialdad, sus sofisticados sistemas de seguridad y el color gris que reina en todas partes, Victorville no escapa a eso.
Cerca de la prisión se observa un pequeño poblado rodeado de un cordón de seguridad. Las casas de madera sin habitante alguno están valladas.
Para acceder a la penitenciaría hay que atravesar un camino polvoriento en medio de una especie de desierto, pero la prisión está rodeada de montañas.
No. Las reglas del sistema penitenciario norteamericano son muy rigurosas, no permiten que se le lleve al prisionero nada. El bolso personal que fue conmigo tuve que dejarlo en una taquilla.
Luego de la revisión de rutina donde debemos quitarnos hasta los zapatos, los oficiales nos indicaron pasar a otra sala —hablo en plural porque me acompañaron a la visita Alicia Jrapko y Bill Hackwell, imprescindibles durante estos largos años de batalla por los Cinco.
Los reos no pueden recibir sus visitas en lugares de cierta privacidad, mucho menos al aire libre. Todo transcurrió en una sala común totalmente cerrada e iluminada artificialmente donde se pierde la noción del tiempo.
Es increíble el nivel de información que tiene sobre lo que acontece en Cuba y el mundo. No refirió ni una queja, aunque se sabe lo difícil que es su situación. Se limitó a decirme un "todo normal" y prefirió que conversáramos sobre las cartas que se les demoran y acerca de su Adriana.
Me contó que allí se terminan piezas para la industria de armamentos, pero que él solicitó que lo colocaran en cualquier otra labor menos contribuir con la guerra, por eso lo asignaron a la recogida de la basura en la cárcel.
Me sorprendió todo: desde la atención que presta a cada relato, cómo alternaba el español e inglés para dialogar con nosotros, la profundidad de su análisis sobre la realidad internacional, el esfuerzo que pone para que cada carta llegue con algo especial a su destinatario, la constante preocupación por saber de su pueblo y la enorme capacidad afectiva que emana de él en medio de la soledad en la que se encuentra.
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